martes, 8 de abril de 2008

Sacerdote y narcos: A Dios lo que es Dios y al César lo que es del César


Es de llamar la atencion lo que se menciona en un post previo acerca de los nuevos pecados, sin embargo luego de ver esta columna de Granados Chapa, decidi publicarla integra, ya que causa indignacion lo comentado por el cura Carlos Aguilar.
Bien decia mi Padre "SI JUAREZ NO HUBIERA MUERTO"

El presidente del Episcopado mexicano, Carlos Aguiar, hizo el viernes un peligroso pronunciamiento sobre el narcotráfico. Exageraría si digo que lo bendijo, pero se hizo lenguas de la generosidad de los traficantes de drogas que hacen obras en las comunidades en que actúan “y a veces también construyen alguna iglesia o capilla”. No habló en una improvisada entrevista de banqueta. Lo hizo al presentar los resultados de la 85ª Asamblea de la Conferencia Obispal, que encabeza. Se ufanó de un logro difícil de comprobar: que tras el llamado eclesiástico a esos delincuentes, para que se arrepientan, formulado al comenzar la Cuaresma, “ha aumentado el número de quienes buscan alejarse de esa actividad” y lo comunican a sacerdotes y obispos. Por eso hasta abogó por los practicantes de ese ruin negocio, a quienes beneficiaría una ley que protege la identidad de quienes desean cambiar de vida.

Llamar generosidad al dispendio de narcotraficantes en sus aldeas o en grandes ciudades significa ignorar la naturaleza jurídica y moral de ese derroche. Se trata, lisa y llanamente, de lavado de dinero, que la ley penal define como “operaciones con recursos de procedencia ilícita”. La cadena criminal iniciada con la producción (o su financiamiento) de drogas no termina con su venta, sino que requiere de un último eslabón sin el cual todos los pasos previos carecen de sentido. El narcotráfico utiliza un sinfín de medios para insertar sus ganancias en el circuito legal del dinero. Uno de ellos es su falsa filantropía, su caridad fingida, que sólo con criterio acomodaticio puede ser llamada generosidad.

El mes pasado un alto funcionario del Vaticano, Gian Franco Girotti, director del Penitenciario Apostólico, esbozó una nueva lista de pecados capitales, añadida a los siete definidos en el Siglo VI. Incluyó entre ellos el consumo y tráfico de drogas. Y bien se sabe que este pecado o delito incluye la aplicación de las utilidades en negocios lícitos o causas compartibles. Las larguezas de los mafiosos no son bendecibles, y ni siquiera merecen mención admirativa. Hacerlo podría implicar la comisión de otra infracción penal, la apología del delito.

Aunque otros obispos (y la arquidiócesis de México, notoriamente) rechazaron la posición del presidente del Episcopado, quizá lo que éste dijo revela más el verdadero sentir del Clero sobre el dinero procedente del narcotráfico y canalizado a obras públicas y aun obras pías. Se ha conocido bien la relación estrecha de sacerdotes con capitanes de uno de los crímenes que más dañan a la sociedad. “El Señor de los cielos”, Amado Carrillo, tenía en Culiacán un cura de confianza, Ernesto Álvarez, quien lo acompañó en un viaje a Tierra Santa. Junto con el padre Benjamín Olivas, explicaba su cercanía con el jefe mafioso por los óbolos que aportaba a la Ciudad de los Niños de la capital sinaloense. Posición semejante era la del sacerdote Gerardo Montaño Rubio, que recibió de la banda de los Arellano Félix, donaciones para construir el ostentoso Seminario del Río, en Tijuana. Aunque sería exagerado llamarlo asistente espiritual de aquella familia, era muy cercano a ella no sólo para cubrir sus necesidades sacramentales, sino también las que concernían a sus intereses terrenales. Fue el vínculo entre los Arellano Félix y el Nuncio Girolamo Prigione, que llegó al extremo de usar su derecho de picaporte en Los Pinos de Carlos Salinas, para llevar a la casa presidencial un recado de los delincuentes, que lo esperaron en la residencia del embajador vaticano. Quién sabe si en broma o de veras, el Obispo de Mexicali José Isidro Guerrero Macías, asegura haber bautizado a no pocos hijos de Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”.

Para escándalo de su fundador, que arrojó a los comerciantes del Templo en Jerusalén, la Iglesia católica cuenta entre las instituciones, personas que piensan que el dinero no tiene olor. El Obispo de Aguascalientes, Ramón Godínez, llegó hace años al extremo de asegurar que las “narcolimosnas” son admisibles por el sólo hecho de que su destino sean personas u obras relacionadas con la Iglesia. Sustentó así (no expresamente) una tesis cercana a la alquimia pero distante de la teología: la trasmutación del metal maldito, porque se obtiene de la degradación y destrucción de personas en recurso santo para hacer el bien.

Pese a las campañas en su contra, las medíaticas y las militares y policiacas, el narcotráfico prospera. No sólo se expande su mercado (cuya fluidez pecuniaria se defiende con el asesinato de deudores morosos) sino que gana asentimiento en la sociedad. Cuando los jefes de las mafias fueron echados de Sinaloa, se refugiaron en Guadalajara. Pronto se hicieron notorios en los fraccionamientos residenciales en que se asentaron. Y pronto también se insertaron en las redes sociales en torno suyo, pues su tren de vida les permitía ser vecinos amables con los que convenía trabar amistad, para pasar de allí a hacer buenos negocios.

Rodear a los traficantes de la muerte (pues a ella conduce con crueldad el consumo de estupefacientes) de una aura de respetabilidad, aunque se atenúen los elogios a su munificencia (“no los estoy justificando”, dijo el Obispo de Texcoco) implica ensanchar sus espacios. Eso es parte de la plataforma que requieren para actuar, lejos de las batallas callejeras por el mercado. Ser benefactores, un paso que cuesta dar a los ricos que manejan dinero lícito, es no sólo sencillo sino necesario para los jefes del crimen organizado.

Autor:MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA
Via:http://www.am.com.mx/

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