viernes, 25 de enero de 2008

Fabrica de genomas


El último logro del investigador estadounidense Craig Venter consiste sobre todo en la superación de un reto técnico. Como ejemplo, se puede imaginar una cuenta de collar, que mide un centímetro y que está disponible en cuatro colores. Siguiendo el parangón, Venter ha enhebrado esas cuentas en un collar de casi seis kilómetros de longitud, en el que la secuencia de colores ha sido previamente fijada con exactitud. Y la ha reproducido sin errores. Todo ello con las dificultades añadidas de que las cuentas que maneja Venter –pares de bases, las cuatro letras del ADN– son infinitamente pequeñas y además no existe máquina capaz de hilar semejante collar. No obstante, la superación del desafío no busca romper un récord, sino superar una barrera científica: la creación de vida en el laboratorio.

Tomado de: publico.es

El collar de Venter es el genoma completo de una bacteria, el más pequeño conocido en un organismo libre que crece en cultivo. Se trata de Mycoplasma genitalium, un parásito del tracto urogenital humano. Tras su implicación en el proyecto Genoma Humano, con las excentricidades que le han convertido en todo un personaje, Venter emprendió uno de los proyectos que aspiran a crear algo parecido a la vida artificial. Su enfoque no busca, como hacen otros de sus colegas, crear una célula partiendo de cero, sino animar una célula zombi, vaciada de su ADN, con un genoma 100% sintético.

Célula ‘zombi’

Para este ambicioso plan, Venter contó con el que fue su estrecho colaborador durante la carrera del genoma humano: Hamilton Smith, Nobel en 1978 y Príncipe de Asturias en 2001, que ya había destacado por obtener la primera secuencia completa del genoma de una bacteria. Bajo la dirección de Smith, el equipo del J. Craig Venter Institute, en Rockville (EEUU) tomó como modelo el micoplasma y sus 485 genes codificantes. Tratando de reducir el equipaje genético al mínimo, en 1999 los científicos concluyeron que 100 de estos genes eran prescindibles.

En junio, el equipo superó un obstáculo crucial, demostrando que la animación de una célula con un ADN ajeno era posible. Venter trasplantó el genoma de un micoplasma a otro de diferente especie, cambiando así la identidad genética de la célula. Los nuevos resultados, que hoy publica Science, alcanzan la última meta volante antes del gran final de etapa. Confirmando lo que Venter adelantó en octubre, la pericia de los investigadores y una hábil estrategia técnica han culminado la copia artificial de todo el ADN del micoplasma; una vez destruido el gen responsable de la patogenicidad y añadidas algunas etiquetas de marcaje, 582.970 pares de bases.

Para lograrlo trocearon la secuencia en 101 tramos, fabricaron químicamente cada uno de ellos y los pegaron hasta donde las técnicas in vitro permitían, llegando a disponer del genoma entero partido en cuatro pedazos. El último paso requirió la ayuda de un obrero biotecnológico especializado, una célula de levadura, que se encargó de empalmar los fragmentos.

El próximo paso será uno de los experimentos de la década; la creación de una nueva especie, que tiene nombre antes de existir. Mycoplasma laboratorium será, si llega a vivir, la primera célula libre con un genoma artificial. Para reducir este paquete de genes al mínimo, los científicos comprobarán cuáles y cuántos de esos 100 genes prescindibles uno a uno lo son también en combinación.

Con todo, ni la pura curiosidad científica, ni mucho menos el morbo de jugar a Dios, son el punto y final de la vía sobre la que rueda Venter. Si las previsiones se cumplen, el laboratorium será el primero de una estirpe: células creadas a medida que fabricarán medicamentos o biocombustibles, o que devorarán los contaminantes medioambientales.

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