domingo, 20 de enero de 2008

Yo fui un niño soldado


Si eres testigo de un asesinato una vez, sientes miedo, se te revuelve el estómago, vomitas, lloras. Cuando el crimen se convierte en parte de tu vida diaria, te insensibilizas. Y si además te drogas, se te apagan las emociones”. Ishmael Beah sustituyó el verbo jugar por el verbo matar con apenas 12 años. El ejército de Sierra Leona le obligó a enterrar su niñez y a empuñar un fusil durante tres años en los que cometió crímenes cuya sombra sigue oscureciendo cada noche sus sueños una década después.
Pero Ishmael Beah ya no es ese niño de ojos enrojecidos por el odio, la cocaína y la pólvora. En su mirada franca y alegre no hay rastro aparente de su estremecedor pasado. “Tengo que aprender a vivir con los recuerdos de todo lo que hice. Son parte de mí mismo. Pero por eso quiero transformarlos en algo positivo. He vivido tantas cosas horribles que si me quedara sólo con lo malo, no podría levantarme por las mañanas”. Criado en una sociedad donde la tradición oral es el cordón umbilical por el que viajan las experiencias de la comunidad, nunca habría podido narrar sus vivencias como niño soldado de esa manera en una ciudad como Nueva York, adonde se trasladó a vivir en 1998 tras ser adoptado por una estadounidense.

Pero sí pudo escribir un libro, Un largo camino, que ahora llega a las librerías y con el que espera contribuir a que el planeta tome conciencia de lo que significa realmente arrancarles su niñez a los más de 300.000 menores de 18 años que actualmente son obligados a combatir en 40 conflictos a lo largo y ancho del planeta. “El libro nació de la frustración. Cuando empecé a viajar por el mundo contando mi historia había gente que ni siquiera sabía que Sierra Leona era un país. Y cuando llegué a Estados Unidos me di cuenta de que el conflicto nunca aparecía en los telediarios. Y las pocas veces que se hablaba de esa guerra era para hacer hincapié en la violencia y las masacres, sin contexto, como si fuéramos simplemente un montón de colgados. Nunca se hablaba de cómo la guerra afecta a la gente”.

Hay capítulos en el libro de Ishmael que incitan a preguntarse si es posible sobreponerse a ciertos hechos. Por ejemplo: “El teniente apuntó a los prisioneros. No estaba seguro de que alguno de aquellos cautivos fuera el que me había disparado, pero en aquellos momentos me servía cualquiera. Estaban todos en fila, eran seis, con las manos atadas. Les disparé a los pies y vi cómo sufrían todo un día hasta que los rematé con un tiro en la cabeza para que dejaran de gritar. Al apuntar a cada uno, los miré y vi cómo sus ojos abandonaban toda esperanza y se calmaban hasta que apretaba el gatillo. Su mirada sombría me irritaba”.
Éste es sólo uno de los múltiples crímenes que mancharon la vida y vaciaron el alma de Ishmael a lo largo de tres años. Como todos los niños que acaban empuñando un rifle, nunca quiso ser soldado, y la guerra que asolaba su país era simplemente un rumor lejano hasta que llegó a su pueblo. Antes de que Mogbwemo fuera arrasado por los rebeldes del Frente Unido Revolucionario, su vida consistía en jugar, ir a la escuela y cantar en un grupo de hip-hop. En cuestión de horas, Ishmael perdió a sus padres y hermanos y comenzó una larga huida hacia ninguna parte junto a otros niños huérfanos que acabaría algunos meses más tarde al ser adoptado por el Ejército de Sierra Leona, donde se le puso un arma en la mano a la fuerza y se le entrenó para matar. “En nuestra cultura, ser parte de la comunidad es muy importante, y tener una familia es fundamental. Cuando yo perdí a la mía, el ejército se convirtió en mi nueva familia. El comandante –un tipo violento que leía a Shakespeare– era la figura paterna, y los otros niños soldado, mis hermanos. Nos dieron un rifle y nos enseñaron a luchar. Por eso, cuando Unicef me sacó de allí, me resistí. Se crean relaciones muy fuertes en ese contexto”.

La marihuana, la cocaína y el brown brown, una mezcla de cocaína y pólvora, eran el menú diario que sus superiores les proporcionaban a estos pequeños asesinos. “A veces nos sentábamos a ver películas como Rambo y al terminar estábamos listos para salir a matar, y como teníamos las herramientas para hacerlo, lo hacíamos. Pero quizá lo peor del cine bélico sea que transmite la idea de que hay buenos y malos. Y no es cierto. En la guerra, todos los bandos son malos. Cuando matas a alguien, lo que te hace por dentro es tan dañino que nadie está a salvo. Te deshumaniza”.

El tiempo va curando las heridas, Ishmael es capaz de hablar de su trágico pasado con serenidad. Ya no hay lágrimas, aunque seguramente las hubo, y tampoco los remordimientos entorpecen su discurso, aunque las pesadillas sigan ahí y aún necesite acudir a terapia. “Ser un soldado no es difícil: o te acostumbras o te matan. Lo más duro es conseguir vivir con tus recuerdos y volver a ser tú mismo después de haber hecho las cosas que has hecho. Pero es posible: los programas de rehabilitación funcionan. Si te sacan de la guerra y te colocan en un centro en el que te ayuden a superar el trauma, tienes parte del camino hecho. Pero también es necesario tener una familia fuerte y una escuela. Yo tuve suerte, porque hubo alguien, mi familia adoptiva en Nueva York, que me apoyó. Pero también fue importante regresar a la escuela y descubrir allí que había cosas que me interesaban, como la política”.

Tomado de : elpais.com

No hay comentarios: