jueves, 20 de marzo de 2008
Las raíces de la violencia
Es el conocimiento científico lo que permite ver que las desastrosas consecuencias de la traumatización de los niños y niñas producto de los malos tratos inciden inevitablemente en la sociedad:
Baste recordar que;
1. Cualquier niño viene al mundo para crecer, desarrollarse, vivir, amar y expresar sus sentimientos y necesidades.
2. Para desarrollarse, el niño necesita la ayuda de adultos que, conscientes de sus necesidades, lo protejan, lo respeten, lo tomen en serio, lo amen y lo ayuden a orientarse.
3. Cuando se frustran las necesidades vitales del niño, cuando el adulto abusa de él por motivos egoístas, le pega, lo castigan, lo maltratan, manipula, desatiende o engaña sin la interferencia de un testigo que se alíe con el niño y lo defienda, entonces la integridad de este sufrirá un daño irreparable.
4. La reacción normal a una agresión debería ser de enfado y dolor. Sin embargo, en un entorno perjudicial, al niño se le prohíbe enojarse y, en su soledad, el dolor le resultará insoportable. El niño debe entonces ocultar sus sentimientos, reprimir el recuerdo del trauma e idealizar a su agresor. Más adelante, no sabe lo que le ha pasado.
5. Desconectados de su causa original, los sentimientos de enfado, impotencia, confusión, añoranza, aflicción, terror y dolor, conducen a acciones destructivas contra otros (comportamiento criminal o asesinatos masivos) o contra sí mismo (adicción a drogas, prostitución, desórdenes psíquicos y suicidio).
6. Las víctimas de las venganzas de los agresores son a menudo sus propios hijos, utilizados como víctimas propiciatorias. En nuestra sociedad esta agresión está aún legitimada, incluso tenida en alta estima, mientras la sigamos llamando educación: “te pego por tu bien, porque te estoy educando”. Es trágico que los padres peguen a sus hijos para evitar sentir lo que sus padres hacían con ellos.
7. Un niño que haya sido maltratado no se convertirá en criminal ni en mentalmente enfermo si, por lo menos una vez en su vida, encuentra a una persona (testigo solidario o experimental) que comprenda que no es el niño maltratado e impotente el que está enfermo, sino su entorno.
8. Hasta ahora la sociedad ha protegido al adulto y culpado a la víctima.
9. Gracias a la utilización de medios terapéuticos, ahora somos capaces de verificar empíricamente que las traumáticas y reprimidas experiencias de la niñez se almacenan y afectan durante toda la vida. Las mediciones electrónicas de la vida intrauterina y del recién nacido, revelan que el niño, desde el principio, siente y aprende tanto la crueldad como la ternura.
10. El aumento de nuestra sensibilidad hacia la normalmente negada crueldad con los niños y los efectos de este aumento, acabarán con la violencia transmitida de generación en generación.
11. Las personas cuya integridad no ha sido dañada en su infancia y que han recibido de sus padres protección, respeto y sinceridad, serán jóvenes y más tarde adultos, inteligentes, sensibles, fuertes y perceptivos. Sentirán alegría de vivir y no necesitarán de dañar a otros o a sí mismos, ni cometer asesinatos. Utilizarán su fuerza para protegerse, pero no para atacar a los demás. No podrán más que respetar y proteger a los más débiles y por lo tanto a sus propios hijos, pues es exactamente lo que han experimentado.
Este conocimiento afecta a todas y cada una de las personas y debería –si se extiende suficientemente– implicar cambios básicos en la sociedad, especialmente detener la ciega escalada de violencia. Así lo afirma Alice Miller en su libro “Por tu propio bien. Raíces de la violencia en la educación del niño”, libro que debiera ser leído por todas las personas que tienen a su cargo la educación de niños y niñas.
Para terminar con la cadena de violencia el primer paso es reconocer el daño recibido en la propia infancia, llamarla por su nombre, tolerar y superar el dolor y la desilusión de alguna vez haber sido dañados por quien debió amarnos. El segundo paso se dará en consecuencia y será para bien.
Via:Elena mendoza en:http://www.am.com.mx/
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