A mediados de 2003, Ciudad Juárez fue escenario de una ceremonia inusual: un grupo de autoridades locales y funcionarios federales, sentados en un estrado bordeado por la bandera mexicana, se preparaban para pronunciar algún discurso histórico. Frente a ese tablado colorido había una banda militar y sillas cuidadosamente alineadas llenas de invitados que se secaban la frente del sudor desértico del norte mexicano. Durante varios años, Ciudad Juárez, una localidad que a veces parece salida de la imaginación febril de Quentin Tarantino, se había venido convirtiendo en un cementerio de mujeres anónimas, ultrajadas y asesinadas por el simple hecho de ser eso, mujeres. La ceremonia era para inaugurar una nueva iniciativa político-policial para combatir y erradicar la muerte impune de mujeres indefensas.
El profesor Samuel Schmidt, era uno de los invitados. Schmidt, que es uno de esos individuos que parece haber adoptado el cinismo como un antídoto contra el desaliento, sonreía con una mueca que tenía más de sardónica que de aprobación.
"Aquí no va a pasar nada" me dijo, mientras un ministro, y un alcalde y un gobernador y un policía recitaban odas a la ley y el orden. La predicción apocalíptica de Schmidt se ha cumplido con una exactitud endemoniada. No sólo no han disminuido los asesinatos de mujeres, sino que Ciudad Juárez es hoy, agosto de 2008, un campo de batalla abierto en el que los carteles de la droga se disputan la hegemonía del comercio de estupefacientes. México, que está sumido en una guerra sin tregua contra los carteles de las drogas, se ve azotado hoy por una ola de secuestros que parecen haberse convertido en una nueva iniciativa empresarial en el crimen organizado o "freelance". Por ello, el gobierno decidió organizar una ceremonia que, como en el Caso de Ciudad Juárez y Samuel Schmidt, ha sido vista en algunos sectores con sonrisas sardónicas y comentarios irónicos. Se trata de promover una iniciativa para combatir la inseguridad ciudadana y la violencia delincuencial.
Al acto del 21 de agosto en Ciudad de México asistieron el presidente Felipe Calderón, ministros, jefes policiales, representantes de los estados, jefes policiales, es decir, un elenco a escala mayor de la ceremonia de Ciudad Juárez en 2003. Y como suele ocurrir en estos casos, los discursos están cargados de reiteraciones, redundancias y cosas que ya sabe la ciudadanía, ya sea por experiencia personal o por conocimiento indirecto.
Que hay inseguridad ciudadana, que es responsabilidad de todos, que hay que cumplir la ley, que hay que combatir el crimen.
Via:Javier Farje
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