domingo, 23 de diciembre de 2007

Médicos enfermos


A menudo, olvidamos que los médicos no son más que personas, tristes mortales sometidos a los mismo riesgos que los demás, seres humanos que sufren, padecen, se estresan y enferman. De tarde en tarde alguna desgracia hace jirones el halo que rodea a los doctores. Como aquel 3 de abril de 2003 en el que una médico residente de tercer año sembró el terror por los pasillos de la Jiménez Díaz y acuchilló a ocho personas, dos de ellas murieron en el acto y una tercera unos días más tarde.
Con el tiempo se supo que aquella mujer -afectada por un brote psicótico- llevaba semanas manteniendo un comportamiento extraño. Escribía los partes de los pacientes con el ordenador apagado. Se reía sola. Expulsaba a pacientes de la consulta sin razón... Pero ni ella pidió ayuda, ni nadie denunció su extraño comportamiento.

Sólo muy recientemente y en ciudades muy contadas se han establecido programas de detección y ayuda para los médicos enfermos. No hablamos de algo circunstancial sino de un problema de hondo calado, tanto que ha echo saltar las alarmas en la profesión. Y es que los diferentes estudios realizados nos ofrecen una imagen bastante descuidada de los médicos españoles en términos de salud.
Según los datos que maneja el coordinador del Plan de Atención al Personal Sanitario Enfermo, el psiquiatra José Carlos Mingote, las tasas de alcoholismo y adicción a drogas, así como los conflictos familiares, trastornos mentales como ansiedad, depresión y suicidio son superiores a las de la población general. También es hasta tres veces mayor la mortalidad por enfermedad cardiovascular, cirrosis hepática y accidente de tráfico.

La plaga de la obesidad
Una encuesta del Colegio Oficial de Médicos de Madrid señala que casi cuatro de cada diez médicos reconoce padecer niveles patológicos de estrés. El 26% se confiesa sedentario. El 16% toma psicofármacos. El 28% es fumador. El 15% bebedor habitual. El 1% admite consumir drogas ilegales. Sólo el 55% practica medidas preventivas de los riesgos laborales y únicamente el 26% pasa revisiones médicas.

Un informe de la Fundación Galatea incidía en el consumo de psicofármacos (hipnóticos, tranquilizantes y antidepresivos) por parte de los doctores. Situaba la tasa de los que los toman en un 17% y apuntaba a que la mayoría (un 85%) los ingieren por iniciativa propia. El estudio también revelaba el alto porcentaje de sobrepeso y obesidad entre el colectivo (el 63% de los hombres y el 30% de las mujeres), así como su bajísimo nivel de actividad física.

En las conclusiones del trabajo se manifestaba: «Esto tiene que ser estudiado en profundidad, ya que la epidemia de obesidad en la población es motivo de preocupación, y los profesionales de la medicina, pese a ser conscientes de la mayor probabilidad de mortalidad entre las personas obesas, parece que apliquen poco los consejos que dan a sus pacientes».

Otro estudio del Colegio Oficial de Médicos de Barcelona abundaba sobre la despreocupación generalizada del colectivo por su salud. Únicamente la mitad de los facultativos contaban con un médico personal y de éstos, sólo la mitad tenían historia clínica. Además, el 20,5% efectuó la consulta en el pasillo de su lugar de trabajo o por teléfono. Es decir, se cruzó con un colega y le pidió consejo. Ni la mitad siguen las recomendaciones terapéuticas que ellos mismos pregonan, mientras que la autoprescripción alcanza el 81,6%. Y, para rematar el cuadro, el 91,3% se considera sometido a estrés, pero sólo el 2,2% solicita alguna ayuda.

Este último capítulo de dolencias resulta especialmente preocupante. El personal médico es uno de los colectivos profesionales más propensos a padecer el llamado síndrome de «burn-out» que, según distintos informes, puede llegar a afectar hasta al 30% de los doctores y hasta al 40% del personal de enfermería.
Este término inglés no tiene traducción, coloquialmente podría definirse como «estar quemado», aunque su dimensión personal y social es mucho más aguda. Los especialistas han acordado denominarlo «síndrome de desgaste profesional» y se distingue por tres factores: agotamiento emocional, despersonalización y baja estima profesional.

El desgaste y el agotamiento emocional median en actitudes y conductas negativas hacia el trabajo, clientes, compañeros y familiares, hasta dañar la autoestima y acabar en absentismo laboral por elevado estrés y sus complicaciones más comunes son la depresión y el alcoholismo.
Al hablar de síntomas, los más habituales a los que se refieren son la fatiga crónica, la tensión muscular, gastritis y úlcera, trastornos del sueño, desmotivación, cinismo, hipercrítica hacia los compañeros, ansiedad, depresión...
Dentro de la profesión hay especialidades más propensas a padecer «burn-out» como la oncología, al estar en contacto permanente con el dolor y la muerte. Aunque pueda aparecer en cualquier momento, la mayor incidencia se da a partir de los cinco años de realizar la misma tarea y los primeros signos denotan una disminución de la producción, una tendencia a la desorganización y agotamiento emocional. La edad media de los médicos que lo sufren se sitúa en los 48,1 años, mientras que en enfermería es a los 45,5.

Estrategias preventivas
Para prevenirlo, los especialistas recomiendan una serie de estrategias que pueden ponerse en práctica a nivel individual como incrementar la vida extralaboral y los vínculos sociales, adquirir nuevos conocimientos (cursos de formación o colaboraciones), asumir mentalidad de grupo, incorporar actividades de entrenamiento en la resolución de problemas, establecer niveles de responsabilidad, etcétera.
Mingote habla del «efecto Quijote» para referirse «al choque que experimentan los profesionales cuando se enfrentan por primera vez a la dura realidad de la medicina y van cargando con un peso que los acaba por desbordar». Así, reclama «modificar los estudios de pregrado para que se incluya también una formación en psicología médica que forme a los futuros médicos para tratar con personas».

Tomado de ABC.es

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