miércoles, 12 de noviembre de 2008

La adolescencia interminable

El sociólogo Javier Elzo explica en su último libro que esta etapa de la vida es cada día más larga y está marcada por el alcohol y el sexo sin compromiso.
Hace siglo y medio, la adolescencia no existía. De la niñez se pasaba directamente a la edad adulta. Hoy, la adolescencia, ese tiempo que transcurre entre la pubertad y la aceptación de que en algún momento deberán asumirse responsabilidades y pensar en el futuro, es más larga que nunca. Tanto que en muchos casos se extiende desde los diez o los once años hasta bien pasados los veinte y no son pocos los adultos que se comportan como si aún estuvieran viviendo esa etapa. «Hay una 'adolescentización' de nuestra sociedad, porque cada vez existe más gente que no piensa para nada en el futuro: sólo vive en el presente, haciendo lo que le apetece en cada momento y sin pensar en las consecuencias. Se vive al día en todos los sentidos. La crisis económica lo está sacando a la luz».
Lo explica el sociólogo Javier Elzo, catedrático en la Universidad de Deusto, que ha obtenido esa conclusión tras haber realizado decenas de encuestas en las últimas décadas. En su último libro, 'La voz de los adolescentes' (Editorial PPC), recoge sus opiniones para tratar de hallar los porqués de la manera de vivir de unos muchachos cuya existencia cotidiana está dominada por el consumo -con frecuencia abusivo- de alcohol, el sexo como un bien en sí mismo y un cierto distanciamiento entre la teoría de los valores que dicen asumir y la práctica de su defensa.
Elzo ha entrevistado a 272 muchachos de entre 16 y 18 años para que con sus palabras expliquen los datos fríos que aportan las encuestas. De esos testimonios se deduce, como explica el sociólogo, que la etapa de la adolescencia, que antes eran apenas tres o cuatro años, se está alargando a pasos agigantados. Elzo ve el origen de ello en el cambio familiar que se inicia con la Transición política y se acelera en la última década. «Hay una incapacidad para manejar la situación por parte de unos padres que no están apenas en casa con sus hijos. Las leyes de dependencia que se están aprobando a nivel estatal y en las autonomías hablan de ancianos y discapacitados, pero no hablan de los niños». Un olvido que no se ha dado en otros países del entorno, donde la natalidad repuntó porque a los padres se les dio la posibilidad de estar un tiempo generoso con sus hijos, recuerda este catedrático. Ese tiempo es necesario para comunicarse con ellos y transmitirles unos valores cuya ausencia explica algunos comportamientos problemáticos de muchos jóvenes.
Uno de esos comportamientos es su propio desapego hacia la familia, un concepto que a muchos jóvenes les suena antiguo y «catolicón». Sin embargo, Elzo ha descubierto que, profundizando bajo las primeras opiniones, los muchachos que forman parte de familias que funcionan razonablemente bien están en general más satisfechos con su vida. Por eso, la proliferación de las rupturas matrimoniales está creándoles muchos problemas y termina por deteriorar entre los adolescentes la imagen de la familia como institución, explica. Y genera en ellos, añade, una notable dificultad para aceptar compromisos duraderos y asumir éxitos y fracasos, dolor y felicidad.
Sexo y afectos
Todo eso se relaciona con el sexo. Casi seis de cada diez adolescentes son partidarios de «hacer el amor siempre que apetezca», sin entrar en consideraciones sobre la fortaleza o la sinceridad de la relación. El libro recoge el testimonio de una muchacha de 16 años, alumna de un centro religioso, que explica con crudeza su trayectoria: «Entre mis amigas y yo nos hemos follado a media ciudad. A veces competimos por ver quién es la más guarra», dice con desparpajo. Otros muchos reconocen que practican el sexo con frecuencia. No son pocos quienes consideran, pasado el tiempo, que habría sido mejor esperar. Una chica de 18 años se escandaliza de que algunos de sus compañeros hayan tenido sus primeras relaciones completas a los 12 ó 13. Unos cuantos aseguran que lo han hecho sólo cuando han estado seguros de sus sentimientos hacia la otra persona, pero son mayoría quienes no hablan de afectos: basta con que ambos estén de acuerdo.
Esa disociación sexo-amor está relacionada también con un fenómeno que Elzo ha detectado pero que no se atreve a cuantificar: el del miedo al fracaso amoroso. «Hay quien no se empareja porque no encuentra a nadie al nivel de sus exigencias. Hemos confundido la felicidad con el placer, y eso nos lleva al fracaso».
Otro fenómeno emergente es el del muchacho con dificultades para relacionarse en la vida real que empieza a centrar sus amistades en el ámbito virtual. Son buenos estudiantes que al llegar a casa se encierran en su cuarto y dialogan con personas que no conocen a través del 'messenger' y comunidades como 'tuenti'. Paradójicamente, quienes son más reacios a quedar con sus amigos del colegio para charlar, pasear o beber en la calle, son quienes en mayor medida tienden a citarse con desconocidos. Una experiencia que muchas veces acaba en un desastre total. «Casi prefiero el botellón -con un cierto control- a esos encuentros con personas de las que en realidad no saben nada», advierte Elzo.
Alcohol y violencia
El botellón es otra de las referencias de los chicos de hoy. Muchos sostienen en el libro que beben «hasta coger un puntito», aunque en la gran mayoría de los casos reconocen que se han pasado más de una vez. Otros son más directos: «Bebemos hasta morirnos», dicen. La mayoría, sin embargo, asegura que cuando alguno se excede hay que llevarlo a casa -o al hospital- y eso les «estropea la noche». La comparación entre el alcohol que consumen los jóvenes y el que ingiere la totalidad de la población española, en el contexto europeo, muestra, sin embargo, que estos beben proporcionalmente menos que sus padres, aunque lo hacen sólo en dos días y no repartido a lo largo de la semana.
Los adolescentes se definen como pacifistas, pero la persistencia de la violencia en la escuela no parece avalar en la práctica ese espíritu. Una violencia que se ejerce entre iguales y respecto de sus profesores, y se ha convertido en uno de los problemas más acuciantes hoy en las aulas. «Una prueba del fracaso del sistema escolar es la dificultad de los profesores para mantener el orden. Durante años, se ha transigido con todo, y el resultado ahora es que sólo un gran profesor es capaz de hacer que sus alumnos lo respeten», dice Elzo, quien entiende que es muy difícil dar la vuelta a lo sucedido e implantar de nuevo un sistema que permita reconocer la autoridad del docente.
Lo explica con las orlas que vio en el pasillo de un colegio donde impartió una conferencia. En una de los años cincuenta, se leía: «Los alumnos del centro X a sus dignos profesores». En otra de los setenta: «Los alumnos a sus profesores». En los noventa: «Alumnos y profesores del centro X». En breve, asegura con una sonrisa, las orlas dirán: «Los profesores del centro X, a sus dignos alumnos». Así ha cambiado la escuela. Así son los adolescentes que hoy están en ella.

No hay comentarios: