En pleno siglo XXI más de tres mil niños desamparados viven todavía como ratas bajo el subsuelo de la ciudad. Huérfanos de cariño y parias de las cloacas se resguardan, como topos, del duro clima y de la indolencia ajena en el vetusto y fétido sistema de saneamiento y calefacción Mongol. Desheredados de la ciudad y jerarquizados en comunas infantiles del subsuelo, comparten con los roedores los despojos de una de las capitales más pobres de Asia.
Me llamo Bagii. Es lo único que tengo; un nombre. El resto lo comparto con mis compañeros. Bueno, a veces también comparto incluso el nombre; otro Bagii [Nyamdavaa] vive en una arqueta en el ramal oeste a cuatro codos de aquí, y alguna vez ha venido a basurear con los nuestros [...]
Mi padre era pastor y teníamos unas tierras que labrar y donde esparcir nuestros animales; unas cuantas ovejas y unos percherones, suficiente para dar de comer a toda mi familia. Tras la gran democratización de los noventa, se privatizaron y nos arrancaron de la finca y se llevaron los animales. Las devastadoras tormentas invernales del 2001 hicieron el resto. Nos quedamos sin nada,…mis padres me enviaron a la ciudad a buscar un futuro, ahora sólo tengo amigos…
Mi padre era pastor y teníamos unas tierras que labrar y donde esparcir nuestros animales; unas cuantas ovejas y unos percherones, suficiente para dar de comer a toda mi familia. Tras la gran democratización de los noventa, se privatizaron y nos arrancaron de la finca y se llevaron los animales. Las devastadoras tormentas invernales del 2001 hicieron el resto. Nos quedamos sin nada,…mis padres me enviaron a la ciudad a buscar un futuro, ahora sólo tengo amigos…
Yo soy el cabecilla de mi banda, un grupo de ocho jóvenes y un bebé nacido aquí abajo que compartimos los alimentos, las limosnas y, sobre todo, los peligros de la calle. Todos somos excrementos de nuestras familias, fusilados por la violencia doméstica, acabamos compartiendo presente y pasado, pero no hablamos del futuro más allá de la comida que buscar mañana…
Nuestro actual hogar es un practicable de unos 40 metros cuadrados, y cuatro salidas directas a la calzada. Siempre tiene un palmo de agua por fugas del sistema, pero estamos acostumbrados a saltar y brincar como ardillas entre basura, ratas y tuberías. No hay luz natural. En realidad, no hay luz de ningún tipo cuando las tapaderas están en su sitio. Si entra luz se escapa el calor. Por la noche las velas y los viejos mecheros compiten con la memoria por descifrar el camino. Pero la luz traiciona. También ilumina el camino a nuestros enemigos.
A partir de primavera, después del amanecer y cuando el sol ha calentado unas horas, nos dividimos para buscar el sustento diario. Unos a los vertederos o a lavar coches, otros a la estación de trenes a cargar maletas o a mendigar y los más, siempre dispuestos a prostituirse por menos de un dólar (cuando se paga claro). Muchas veces me pregunto si los ratas somos nosotros o los del otro lado de la tapadera. Aquellos que se niegan a pagar, bajando la mirada, cuando limpiamos sus cristales; esos que nos ignoran cuando cargamos sus maletas o esos otros que directamente nos encarcelan para lavar la ciudad de escoria a los ojos de turistas o las visitas ocasionales de autoridades.
Via: kurioso
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