sábado, 24 de noviembre de 2007
El universo silencioso
En el año 1997, cuando tenía 26 años, Kate Bainbridge sufrió una infección viral en el cerebro que le dejó en estado vegetativo. Durante los siguientes meses, todos y cada uno de los médicos que la atendieron consideraron que su estado era irreversible y que no percibía los estímulos externos. Hasta que el neurólogo Adrian Owen decidió escanear su cerebro.
Durante varias semanas, el doctor Owen inspeccionó minuciosamente la mente de Bainbridge a través de resonancias magnéticas hasta descubrir que algunas de sus respuestas eran exactamente iguales a las de cualquier persona sana. Si le ponían delante la foto de un familiar, por ejemplo, las regiones cerebrales de la chica se activaban de la misma forma que en cualquier otro individuo sin anomalías. Y gracias a este descubrimiento, los médicos insistieron en el tratamiento que terminó por sacarla de su estado.
Unos años después, el caso de Kate se hizo relativamente conocido al convertirse en una de las pocas personas que había regresado del estado vegetativo para contarlo. Provista de un teclado que le permitía comunicarse, Kate explicó que no recordaba absolutamente nada de los escáneres, pero sí el terror que experimentó durante aquellos meses.
“La imposibilidad de comunicarse era realmente terrible —aseguró— Me sentía atrapada en mi propio cuerpo”.
Según relató después, tenía montones de preguntas como “¿dónde estoy?”, “qué ha pasado?” o “¿por qué estoy aquí?”, pero no podía realizarlas y, por supuesto, nadie podía responderlas. “Lo peor —recordó— es que no podía mover mi cara y mostrarle a la gente lo asustada que estaba”.
Durante los siguientes años, el neurólogo Adrian Owen siguió utilizando la resonancia con pacientes vegetativos. En algunos de sus experimentos, el doctor descubrió que los sujetos estudiados no solo eran capaces de percibir estímulos concretos sino que podían imaginarse en determinadas situaciones, como jugando al tenis o corriendo por un campo de fútbol.
A pesar de todo, algunos expertos consideraron que la experiencia de Owen no era determinante y no demostraba la existencia de ningún grado de consciencia. Según explicaron, la reacción podría ser fruto de un acto reflejo del cerebro, que al escuchar la palabra ‘tenis’ activara determinadas regiones cerebrales.
Hoy día, Owen sigue experimentando con su máquina de resonancias magnéticas con la misma tenacidad con que los astrónomos buscan señales al otro lado del universo. Como si de un potente telescopio se tratara, el profesor enfoca su escáner a las regiones más oscuras de la mente en busca de un estímulo, una luz o una señal de consciencia. Aún debe llegar el día en que sepamos distinguir una sacudida espasmódica de los recuerdos de un hombre que una vez jugaba al tenis.
Referencias: The New Yorker, Silent Minds
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