Un gen que predispone a una mayor sensibilidad al dolor físico también predispone a una mayor sensibilidad al dolor moral.
Quizás uno de los factores que caracteriza al ser humano sea la capacidad de sentir dolor físico o pensar sobre él. Los expertos dicen que los animales sí sienten dolor, aunque de una manera menos acusada que nosotros. Sobre el asunto del dolor se podrían decir muchas cosas. Quizás usted, amigo lector, no sepa que hay humanos que genéticamente están predispuestos a sentir mayor dolor que los demás. No deja de ser interesante, o procupante, que algo como la manera en la que experimentamos el dolor físico dependa de la lotería genética. También podemos sentir dolor moral, y construir complicadas estructuras filosóficas que traten de evitarlo o al menos de estudiarlo. Por ejemplo, el dolor que sentimos al ser excluidos socialmente, al que llamaremos “dolor social”. De alguna manera distinguimos entre estos dos tipos de dolor, ya en su tiempo Oscar Wilde dijo: “Que Dios me libre del dolor físico, que del moral ya me encargo yo.” Es un punto de vista discutible, sobre todo si se cuenta con buenos analgésicos. Ahora unos investigadores de UCLA han determinado por primera vez que el gen asociado a una especial sensibilidad al dolor físico está también asociado a una mayor sensibilidad al dolor social. Su estudio indica que la variación en el receptor OPRM1, frecuentemente asociada al dolor físico, está relacionada con cómo un persona siente el dolor moral en respuesta a un rechazo social. La gente con una rara forma del gen es más sensible al rechazo y experimenta evidencias neurológicas de padecer angustia o aflicción en respuesta al rechazo que otras personas con la forma más habitual de este mismo gen. Naomi Eisenberger, participante en el estudio, dice que el hallazgo apoya la noción de que el rechazo “duele”, porque muestra que el gen que regula los opiáceos naturales más potentes del cuerpo está relacionado también con las experiencias sociales dolorosas. En el estudio los investigadores recolectaron muestras de saliva de 122 voluntarios para saber qué forma del gen OPRM1 tenían y midieron la sensibilidad al rechazo de dos modos. En el primero los participantes rellenaron una encuesta en la que se medía la percepción que ellos tenían de su sensibilidad al rechazo. Se les preguntó por ejemplo, el grado de acuerdo con frases como la siguiente: “Soy muy sensible a cualquier signo procedente de otra persona que indique que no quiere hablar conmigo.” La actividad cerebral de los integrantes de un subconjunto (31 participantes) de este grupo fue analizada mediante resonancia nuclear funcional mientras practicaban un juego virtual de pasarse la pelota con otras supuestas personas que finalmente les excluían del juego. En realidad aunque se les dijo que eran personas reales las que jugaban al igual que él, en realidad era un programa de ordenador. Al principio se incluía a los participantes del experimento en el juego, pero luego eran excluidos por los otros “jugadores”. Se pudo comprobar que aquellos participantes con la forma especial del gen OPRM1 que les hacían sentir más dolor físico eran también más sensibles al rechazo social, mostrando mayor actividad en las áreas cerebrales relacionadas con el dolor social: circunvalación anterior dorsal e ínsula anterior. Se ha asociado estas regiones con la angustia producida por dolor físico y en trabajos previos de estos investigadores se mostraba que además están relacionadas con el rechazo social. Aunque se ha sugerido durante mucho tiempo que los μ-opiáceos jugaban un importante papel en el dolor social (gracias al uso de modelos animales), es la primera vez que en humanos se demuestra la relación entre éstos, el gen receptor y la sensibilidad social en respuesta al rechazo. Según Baldwin Way, también de UCLA, estos hallazgos sugieren que tener una decepción amorosa o no ser elegido para formar parte del equipo de la escuela podría activar los mismos circuitos que la morfina. Eisenberger dice que este solape entre la neurología del dolor físico y social tiene mucho sentido. Según él, cómo las conexiones sociales son tan importantes, sentir literalmente dolor al sentirse excluido socialmente puede ser una mecanismo adaptativo que asegure que tenemos esas conexiones sociales. Añade que en el transcurso de la evolución, el sistema de integración social, que asegura las conexiones sociales, pudo ser tomado prestado de alguno de los mecanismos del sistema del dolor para así mantener dichas conexiones.
Fuentes y referencias:
Via:neofronteras
Imagen;innatia
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