martes, 28 de julio de 2009

Primer vínculo espontáneo entre madre y recién nacido es vital para el futuro

Cuántas veces hemos escuchado que no hay que molestar al animal cuando pare a sus crías; hay que dejarlo solo, para que limpie, alimente y le enseñe al recién nacido a defenderse de las adversidades del mundo donde tendrá que sobrevivir. En los humanos sucede lo mismo. O, al menos, debiera suceder. Cuando la mujer recibe a su hijo en la sala de parto, le entrega tres valiosas armas para valerse desde ya por sí mismo: protección, alimento y amor. Este primer vínculo espontáneo que experimentan todos los mamíferos con el fin de resguardar la especie, es denominado por los estudiosos “apego seguro” y, según explican, tiene incidencia directa en la salud física, emocional e intelectual futura del ser humano. Según consigna un artículo de la Sociedad Chilena de Pediatría, en los tres o cinco minutos posteriores al alumbramiento, el recién nacido se encuentra en un estado de alerta que puede llegar a durar una hora; en ese lapso, mira directamente a los ojos de su madre mientras ésta lo toca y le habla cariñosamente. El pequeño mueve sus ojitos, sus manos y, por lo general, llora. Ese llanto estimula en la mamá la secreción de prolactina y oxitocina, conocida esta última como la hormona del amor. Ambas hormonas hacen erectar el pezón hacia donde ella lleva la boca de su hijo para darle las primeras gotas de calostro, un combinado excepcional de linfocitos T y B que le entrega al pequeño los anticuerpos necesarios para defenderse de las bacterias que, incluso, pueden estar en la piel de su madre. Es precisamente en ese instante donde se genera el apego. Según el artículo, las prácticas hospitalarias no debieran retirar al bebe del regazo materno apenas ésta da a luz –o en los siguientes 40 ó 60 minutos– pues al hacerlo interrumpirían el período sensitivo y  privarían tanto a la madre como a su nuevo ser de una interacción maravillosa. Esos primeros instantes de vida en que se produce el apego primario, constituyen un espacio privilegiado para el recién nacido y su madre. Y para el padre, incluso. Idealmente, sería óptimo dejar al bebé una hora en contacto con su madre y que ésta pueda alimentarlo apenas se produzca el acoplamiento natural de la lactancia. Sin embargo, el tiempo es muy breve. En estos casos, el padre cobra especial importancia, puesto que puede acompañar al recién nacido y vincularse con él mientras le hacen el control posnatal , advierte, si luego del examen médico el bebé vuelve a los brazos de la madre, se puede retomar el contacto piel a piel para realizar el apego primario interrumpido antes por la labor del neonatólogo o del pediatra. Es más, en los casos en que no es posible realizarlo  se puede efectuar una reparación posterior en la primera ocasión en que madre e hijo puedan estar piel con piel. La relación madre-hijo no se determina sólo por el hecho de hacer o no apego, pero sí es una ventana llena de oportunidades que la naturaleza ha creado para que los padres y el bebe se conecten, se conozcan, se vinculen y se amen.

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