El pasado domingo 15 de junio celebramos en México el Día del Padre. El origen del festejo se atribuye a Sonora Smart Dodd, una mujer estadounidense que en 1909 decidió crear este día para honrar la memoria de su padre, un veterano de la guerra que se quedó viudo y tuvo que hacer el trabajo que hacía su esposa hasta el momento de su muerte: cuidar a sus seis hijos. En España y en muchos otros países el Día del Padre se conmemora, siguiendo la tradición católica, el 19 de marzo, con motivo de la festividad de San José, el padre de Jesús. En la mayoría de países latinoamericanos, como México, esta fiesta se realiza el tercer domingo de junio.
Hoy en día parece que el verdadero motivo de esta celebración tiene que ver más con los fines comerciales que con la idea de establecer un día especial para honrar a los padres o antepasados masculinos. Sin embargo, para conmemorar este día nos debemos enfocar en celebrar a ese ser especial que además de darnos la vida construye, al lado de la madre, el hogar.El rol del hombre fue, durante siglos, únicamente el de proveedor. Este papel, no obstante, ha variado sustancialmente en los últimos años. La mujer, que antes sólo se dedicaba a la crianza de los hijos, empezó a asumir tareas fuera del hogar y a enfrentar la realidad laboral, hasta ese momento patrimonio exclusivo del hombre.
La escena tradicional del padre que espera en la sala adjunta a la de partos a que le digan si su primogénito es hombre o mujer ha cambiado por la del hombre que, con paciencia y ternura, ayuda a la mujer dentro del quirófano y asiste el nacimiento de su hijo.En la actualidad el padre es un hombre que busca relacionarse más y mejor con sus hijos, colabora en la casa y está más cerca de su familia. Su papel ya no solamente es el de portador económico, ya que, al estar tanto el hombre como la mujer fuera de la casa, los roles de ambos se han modificado sustancialmente. En la medida en que las mujeres se han vuelto también proveedoras, ha surgido el modelo del hombre que está muy conectado con sus hijos e hijas y que desempeña un papel más activo dentro del hogar.
Hoy es común ver a un papá cambiarle los pañales a su pequeño hijo, pasear solo con él o llevarlo al pediatra. Son muchos los papás que se han dado cuenta de que limitar su papel al de trabajar para mantener a su familia es perderse lo mejor de la paternidad, disfrutar a los hijos, verlos crecer y compartir con ellos los momentos importantes.Es por eso que en los últimos años se ha popularizado la concepción de complementariedad de roles. Esto significa que la responsabilidad del sustento económico de la familia, como la de la educación y el cuidado de los hijos, sea asumida por ambos padres. Lo que no quiere decir que los dos padres tengan que hacer exactamente lo mismo, pues el padre y la madre son figuras diferentes para el niño. De lo que se trata es de no dejar en manos de uno solo de ellos responsabilidades fundamentales y que los dos estén presentes en estos procesos.
Este nuevo rol de los papás genera grandes beneficios para los hijos, ya que así reciben una visión muy amplia y diferente de la vida.Padres buenos hay muchos, buenos padres hay pocos. No hay cosa más difícil que ser un buen padre. En cambio no es difícil ser un padre bueno. El padre bueno quiere sin pensar, el buen padre piensa para querer. El buen padre dice que sí cuando es sí, y no cuando es no; el padre bueno sólo sabe decir que sí. El padre bueno hace del niño un pequeño dios que acaba en un pequeño demonio. El buen padre no hace ídolos; el buen padre echa a volar la fantasía de su hijo dejándole crear un aeroplano con dos maderas viejas. El padre bueno coarta la voluntad de su hijo ahorrándole esfuerzos y responsabilidades. El buen padre templa el carácter del hijo llevándolo por el camino del deber y del trabajo.Y así el padre bueno llega a la vejez decepcionado y tardíamente arrepentido, mientras el buen padre crece en años respetado, querido y, a la larga, comprendido.
Gracias, padre.
Via:http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=367746 Monica Arreola
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