"Somos simios, un grupo que casi se extinguió hace quince millones de años compitiendo con los monos mejor diseñados. Somos primates, un grupo de mamíferos que casi se extinguió hace cuarenta y cinco millones de años compitiendo con los roedores mejor diseñados. Somos tetrápodos sinápsidos, un grupo de reptiles que casi se extinguió hace doscientos millones de años compitiendo con los dinosaurios mejor diseñados. Descendemos de peces con patas que casi se extinguieron hace trescientos sesenta millones de años compitiendo con los peces de aletas radiadas. Somos cordados, un filo que sobrevivió por los pelos a la era cámbrica hace quinientos millones de años compitiendo con los artrópodos, brillantes triunfadores. Nuestro éxito ecológico se dio a pesar de todos los factores en contra"
Son las palabras de Matt Ridley en su fabuloso libro Genoma.
La criatura con el cerebro más grande del mundo en proporción a su cuerpo fue probablemente nuestro antepasado, un simio. En ese instante, hace 10.000 millones de años, seguramente existían dos especies de simio en África, aunque cabe la posibilidad de que existieran más. Uno era el gorila y la otra el antepasado común del chimpancé y el ser humano. Todo esto lo sabemos gracias a los genes, que son como un registro de nuestra historia biológica. Sin embargo, a veces los científicos (que no la ciencia) se dejan llevar por pasiones, prejuicios, creencias irracionales u otros motivos que nada tienen que ver con la investigación objetiva. En ocasiones, más de las que pensamos, los científicos simplemente son demasiado obtusos para darse cuenta de lo que tienen delante de sus propias narices. El caso es que los chimpancés tienen 24 pares de cromosomas, como también los tienen los gorilas. Pero el ser humano sólo tiene 23 pares: entre los primates somos la única excepción. Esto sucede porque el cromosoma 2, el segundo más grande de los cromosomas humanos, en realidad está formado por la fusión de dos cromosomas de mono de tamaño medio. Esta diferencia, sin embargo, no se descubrió hasta 1955. Hasta entonces, desde 1921, se creía que los seres humanos teníamos el mismo número de pares de cromosomas que los demás primates: 24. El conteo incorrecto se lo debemos al zoólogo americano Theophilus Painter, que llevó a cabo unos finos cortes de los testículos de dos hombres negros y uno blanco castrados por demencia. Painter había fijado los cortes en sustancias químicas y los había examinado con un microscopio. Contó los cromosomas que vio en los espermatocitos y le salieron 24. El experimento fue repetido por otros científicos y todos llegaron a la misma conclusión. Durante todos esos años, más de 30, toda la comunidad científica estaba de acuerdo en esta cifra. Tanto es así, que incluso un grupo de científicos abandonó sus experimentos en células hepáticas humanas porque sólo pudieron contar 23 pares de cromosomas en cada célula. En 1955, un indonesio llamado Joe-Hin Tjio, experto en genética vegetal, viajó de España a Suecia para trabajar en el Instituto de Genética de Albert Levan. Tjio y Levan, empleando técnicas más avanzadas, contaron 23 pares de cromosomas. Creyeron que habían contado mal, así que repitieron la operación. Salía 23 de nuevo. Se les ocurrió entonces examinar las fotografías de los cromosomas en libros. En los pies de foto ponía que había 24, pero si se ponían a contarlos ellos mismos en la propia fotografía, ¡salían 23! Durante más de 30 años, la idea de los 24 cromosomas estaba tan enquistada en las mentes de los científicos que ni siquiera con las pruebas delante de las narices se daban cuenta de cuán equivocados habían estado todo el tiempo.
Via:genciencia
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