En los años 60 la televisión popularizó a dos médicos de ficción, el Dr. Kildare y Ben Casey, y a un abogado, Perry Mason, personajes protagónicos de series emblemáticas que acercaron por primera vez al gran público los dilemas que deben enfrentar a diario los profesionales del campo de la Salud y del Derecho. En aquellos tiempos no se hablaba todavía de bioética y muy poco de ética profesional, no obstante lo cual los distintos episodios anticipaban las dos cuerdas del debate moral contemporáneo: el tratamiento del cuerpo del sufriente y las vicisitudes del sujeto ante la ley. Casi medio siglo después, la ficción televisiva nos confronta nuevamente con una variedad de juristas, forenses y clínicos a través de distintas series, que se caracterizan por el rigor investigativo, el cuidado de los guiones y una realización por demás atractiva. Capítulos memorables de CSI, ER, La ley y el orden, y por supuesto Dr. House, la cual ha obtenido ya dos Golden Globe y que como veremos, merece le dediquemos este comentario. Dr. House –o House M.D., donde M.D. puede significar "Medical Doctor" o "Medical Diagnostic"– fue estrenada en 2004 por la cadena Fox y ha entrado ya en su cuarta temporada. Según la Wikipedia, donde House también se ha ganado un lugar, se trata de un drama médico que gira en torno al Dr. Gregory House, un médico huraño que se desempeña de manera brillante en el departamento de diagnóstico del ficticio Hospital Universitario Princeton-Plainsboro de Nueva Jersey. El personaje está inspirado en el de Sherlock Holmes –el propio autor de la serie, David Shore, reconoce tal filiación, ofreciendo al espectador pistas en esta dirección. La similitud en sus apellidos, la dirección de sus domicilios (ambos viven en el número 221B), la analogía de sus respectivos colaboradores: John Watson y James Wilson, la adicción a una sustancia (cocaína en Holmes, vicodina en House). Pero lo que más los emparenta es el modo de encarar el enigma que supone cada caso y la estrategia deductiva para resolverlo. Ante todo, tanto Holmes como House se abstienen en lo posible de establecer un vínculo con las personas involucradas directamente en el caso –sean éstos sospechosos o testigos, en el caso de Holmes, o pacientes en el caso de House. Pero contra toda evidencia, esta distancia no supone descompromiso o desinterés. Cuando House evita hablar en exceso con los pacientes con el célebre argumento de “los pacientes siempre mienten –el síntoma no”, lo que hace es en realidad sustraerse del discurso del yo del paciente, que siempre se presenta engañosamente consistente, aun cuando ello sea un obstáculo para la cura. Aquello que indefectiblemente ocultan al médico no es en absoluto azaroso y suele transformarse en la pieza que resuelve el enigma de los diagnósticos complejos. Al manejarse a través de las indagaciones e informes de sus colaboradores, House logra establecer la distancia operativa que le permite intervenir desde un lugar diferente, desbaratando la maniobra del yo y salvando al sujeto. Esta actitud distante le ha valido el calificativo de “huraño”, pero ello no debe inducirnos a error respecto de House. Si en ocasiones tiene para con sus pacientes comentarios sarcásticos, es porque hace síntoma de su propia angustia como médico frente a las situaciones con las que debe lidiar. Como cuando le dice a una paciente que no sabe que está embarazada:
House: "Tiene un parásito."
Paciente: "¿Como la lombriz solitaria o algo así? ¿Puede quitármelo?"
House: "Hasta dentro de un mes sí. Después es ilegal. Bueno, en un par de Estados no."
Paciente: "¿Ilegal?"
House: "Tranquila. Muchas mujeres se encariñan con estos parásitos. Les ponen nombres, les compran ropita y los llevan al parque a jugar con otros parásitos... Mire, si hasta tiene sus ojos..."
O cuando se dirige a su colega afroamericano Foreman, quien lo acusa de molestarle cada día más: "Pues eso descarta el racismo, ayer eras igual de negro". Pero esta preferencia por la ironía y el sarcasmo –una vez más, rasgo compartido con Holmes– se desliza en ocasiones hacia una posición cínica, en el sentido filosófico del término. Es este viraje el que nos interesa analizar. La escuela cínica, fundada por Antístenes (-450, -366) sostiene que sólo se alcanza la felicidad si alguien puede prescindir de las ataduras que lo condicionan a los ideales mundanos. El propio Antístenes vivía según su propia concepción de la virtud y para él las convenciones sociales no significaban demasiado, ya que como todos los cínicos, relativizaba el peso de las normas y las instituciones. A otro representante de la Escuela Cínica, Diógenes de Sinope, se le adjudica la conocida frase “córrete que me tapas el sol”, dirigida a Alejandro Magno cuando éste al regreso de una de sus campañas, le ofrece: “filósofo, pídeme lo que quieras”. O la que dirige a sus compatriotas cuando lo expulsan de la ciudad por haber atentado contra la moneda en curso: “ellos me condenan a irme y yo los condeno a ellos a quedarse”. Como se puede ver, la afirmación cínica puede adoptar el tono de la ironía, pero se separa de ella, ingresando un enunciado de verdad. A diferencia del sarcasmo, que hace síntoma de un punto ciego en el emisor, el comentario cínico siempre suplementa la escena, reorganizando el universo situacional. La respuesta de Diógenes a Alejandro Magno, responde a la demanda del soberano, pero para desnudar las limitaciones de su poder, para poner en evidencia el punto de inconsistencia en que se encuentra, sin siquiera sospecharlo. Esta perspectiva del “cinismo” se aleja del uso que habitualmente hacemos del término, de allí que muchos especialistas propongan actualmente escribir kinismo para referirse a la posición filosófica, distinguiéndola así de su acepción cotidiana. Cuando la lucidez se abre paso en medio del sarcasmo, House puede sustraerse a su propia angustia –sus miedos, sus inseguridades más íntimas. Y es allí cuando aporta su cuota de kinismo a la serie, emergiendo él mismo como sujeto en ese acto. Como es sabido, se resiste a utilizar el guardapolvo blanco y recorre los pasillos del hospital con su bastón, debido a la renguera en su pierna derecha. En una ocasión le dice a
Wilson, su colega y confidente:
House: ¿Te das cuenta? Todo el mundo piensa que soy un paciente por el bastón.
Wilson: Pues ponte un guardapolvo blanco, como los demás.
House: No, entonces parecería un médico.
House sabe que el guardapolvo blanco no garantiza autoridad médica alguna y no desea por tanto aparecer recubierto de semejante emblema. Pero sabe también que un médico no es un paciente –y no debe ser confundido con él. El comentario cínico que dirige a Wilson lo aleja tanto de la infatuación médica como de la demagogia de la igualación. El médico debe encontrar su lugar fuera de tales facilismos. En la misma línea, le dice a un paciente: "¿Preferiría un médico que lo tome de la mano mientras se muere o uno que lo ignore mientras mejora?”. Contra la tendencia contemporánea que instruye al médico para que sea “empático” con el paciente, House subraya que es la competencia profesional lo que el enfermo realmente requiere de él. La idea tiene un amplio alcance y recuerda el comentario de Alain Badiou dirigido a los psiquiatras durante un congreso internacional. Refiriéndose a la Comisión de Etica Psiquiátrica Europea, Badiou objeta uno de sus enunciados, justamente el que dice: “el psiquiatra deberá tratar con pasión no a la enfermedad, sino al enfermo”, contraponiéndole la afirmación de Hamburger: el enfermo no necesita la compasión del médico, sino su capacidad. Efectivamente, si el médico centra su práctica en el “enfermo” es porque ya le supone un lugar. Porque ya lo ha condenado a su condición de tal. Hacerlo sobre la enfermedad, en cambio, abre la posibilidad de “(…) examinar una situación de imposibilidad contingente y trabajar con todos los medios para transformarla”. En esta línea, cada episodio de House podría ser leído como una lección sobre la importancia de distinguir el campo moral –lo ya sabido de una situación– de la dimensión ética, en la que el médico emerge como un creador de posibilidades. En una oportunidad, llega al hospital una mujer en estado crítico. Ha contraído una rara dolencia y los médicos no logran dar con la etiología. Se trata aparentemente de una enfermedad tropical, pero ella y su marido, un matrimonio muy unido, jamás han salido de la ciudad. Los médicos descubren entonces que unos días antes, ambos habían cenado en un restaurante jamaiquino de Manhattan. Se hace un control de bromatología en el establecimiento y se constatan varias infracciones, pero ninguna concluyente en relación con el dato que los médicos están buscando. La mujer empeora y el desenlace parece inevitable. Su marido permanece junto a ella día y noche junto al lecho del hospital. Es entonces cuando House tiene uno de sus raptos de lucidez. Reúne a su equipo y anuncia su hallazgo: ella o él, alguno de los dos fue infiel y mantuvo relaciones sexuales con una persona contagiada. Es altamente improbable, pero no imposible, y de confirmarse, el dato permitiría apostar a un tratamiento de emergencia. Ordena entonces un inmediato interrogatorio a la paciente y a su marido. Foreman deberá interrogar al hombre, Cameron a la mujer. Allisson Cameron, médica aplicada y sumamente sensible, protesta enfáticamente: “¿me estás diciendo que le pregunte a una mujer moribunda si engañó a su marido?”. House responde: “no, te estoy pidiendo que seas gentil con ella y la dejes morir”. Una vez más, el comentario señala a la joven colega que la ética no sabe de relaciones públicas ni de actitudes “políticamente correctas”. No es la compasión lo que la paciente requiere del profesional, sino su capacidad. Si la enfermedad es efectivamente una situación, ello explica por qué House nunca abandona a un paciente. Por qué busca hasta último momento, contra toda evidencia, una fórmula salvadora. Es porque hace suya la célebre fórmula de Hipócrates, así reformulada por Alain Badiou: “Haz todo lo que está en tu poder para que sea de nuevo posible lo que es provisionalmente imposible, pero de lo cual todo humano es declarado axiomáticamente capaz”.
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